“Si quiero que las cosas salgan bien las tengo que hacer yo mismo".
“¿Porqué me preguntará a cada rato sobre el trabajo que me pidió? Ya le dije que lo tendría terminado para mañana a la tarde”
En ambas expresiones lo que está puesto en duda es la confianza.
“¿Porqué me preguntará a cada rato sobre el trabajo que me pidió? Ya le dije que lo tendría terminado para mañana a la tarde”
En ambas expresiones lo que está puesto en duda es la confianza.
Un estilo basado en el “mando y control” funciona apoyado en la emocionalidad del miedo. El jefe ordena lo que hay que hacer y cómo hay que hacerlo, y luego controla el cumplimiento. El colaborador obedece pues teme las consecuencias que resultarían de no hacerlo.
La confianza (que también es una emoción), está fundamentada en la autoridad de quien la ejerce. Y ésta como tal, es otorgada por los miembros del grupo, por lo que puede ser siempre revocada.
Como toda emocionalidad, la confianza tiene un juicio detrás (de sí confío o no confío) basado en:
A. Sinceridad
Las conversaciones y compromisos públicos de quien hizo la promesa son consistentes con sus conversaciones y compromisos privados.
B. Competencia
La persona que hizo la promesa puede ejecutarla efectivamente, de manera de proveer las condiciones de satisfacción acordadas. Tiene con qué responder (respaldo, recursos, conocimientos, habilidades, etc.).
C. Credibilidad
El historial de cumplimientos o incumplimientos de compromisos pasados de quien hace la promesa. Su registro de “Antecedentes”.
D. Involucramiento
Es el juicio que hago respecto de que al otro le importa lo que a mí me importa y que “está dispuesto a jugársela por lo mismo que yo me la juego”. En síntesis, le importa que a mí me vaya bien.
“En definitiva, el confiar siempre incluye estar dispuesto a asumir un riego en la coordinación de acciones con los demás”
En efecto, como vemos en el gráfico de arriba, a la resultante de fundar debidamente nuestros juicios (evaluando su sinceridad, competencia, credibilidad e involucramiento) es necesario también desarrollar nuestra capacidad de asumir riesgos, a los efectos de no quedarnos en una postura de aislamiento (incapaz de poder delegar en los demás) o de estancamiento (el que no arriesga, no gana)
Columnista: Santiago María Guerrero
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