jueves, 5 de agosto de 2010

La “organización en red”: llevando los negocios al siguiente nivel!!!

      Las formas de organizar el trabajo han variado infinidad de veces a lo largo de la historia de la especie humana. De una forma o de otra –consciente o inconscientemente, de manera sistemática y planificada o espontánea e informal–, el concepto de “trabajo en red” siempre estuvo presente. Las personas nos asociamos unas con otras e interactuamos para lograr en forma aunada y mancomunada metas y objetivos que resultarían inaccesibles mediante los limitados recursos individuales.
     Pero el fenómeno está adquiriendo nuevos alcances, nuevas dimensiones y unos formatos difíciles de imaginar un tiempo atrás, cuando no existía Internet y cuando la empresa, en su expresión más burocrática, regía los paradigmas culturales de la organización del trabajo y la producción, al mismo tiempo que las fórmulas jurídicas y legales estaban redactadas para dar sustento a entidades perfectamente delimitadas por los muros de la sociedad anónima, la sociedad de responsabilidad limitada, la cooperativa, y así siguiendo.
Actualmente los rígidos y abroquelados esquemas de empresas basadas en entidades jurídicas, con sus sedes, sus edificios, sus estatutos y sus organigramas, están estallando en mil pedazos delante de nuestros ojos, aun cuando el vértigo de las transformaciones que están teniendo lugar en todos los órdenes de la vida en este planeta nos obnubila y casi no logramos percatarnos. Es que todo va tan rápido que ya nada nos sorprende, o no nos da tiempo para detenernos a ver lo que está sucediendo y, sobre todo, darnos cuenta de cómo afecta, o –para decirlo de un modo menos dramático– cómo impacta sobre nuestra existencia individual y sobre nuestra forma de organizarnos colectivamente para el trabajo y para la producción de bienes y servicios.
El concepto de “red” que nació de la mano de la world wide web se extendió mucho más allá de sus significados y sus alcances originales, signados por el invento de una ambiciosa herramienta tecnológica. Las facilidades que puso originalmente en las manos de un selecto universo de científicos con unos propósitos claramente delimitados, pronto explotaron abriendo un abanico inimaginable de posibilidades de realización, de creatividad y de vinculación.
Internet aceleró la concreción de la “aldea global”, reduciendo a la nada distancias geográficas tanto como fronteras nacionales y brechas culturales y étnicas, y minimizando al mismo tiempo las limitaciones a las oportunidades de acceso a recursos de todo tipo. Tecnologías, conocimientos, e incluso recursos financieros antes restringidos a las posibilidades de unas pocas “multis” todopoderosas, ahora son tan “baratos” que cualquier hijo de vecino con sólo una astucia por encima de la media los puede poner a trabajar para el logro de sus objetivos.
Nótese que ni siquiera hablé de “comprar” esos recursos, acción que sería necesaria en el paradigma de la “empresa” tal como la conocíamos hasta hace bien poco. El concepto de “red” ha desbordado su envase original y se ha desparramado por todos los estamentos del quehacer colectivo, de manera que ahora no tenemos más que hurgar un poco para ligar un cabo aquí con otro más allá, para encontrarnos con decenas, con cientos, con miles de arañas que, como nosotros, tejen y tejen, no con el depravado plan de hacer caer en la trampa al moscardón desprevenido, sino para colaborar con y recibir la colaboración de otras arañas con quienes compartimos una visión, una misión, proyectos, objetivos y metas.
Organizaciones en estado de fluidez
Vamos a ser claros y realistas: empresas como las que existen desde el triunfo de las burguesías modernas (inglesa, francesa, rusa o norteamericana) seguirán existiendo al menos por alguna que otra generación más. Pero sus formatos están sin duda yuxtaponiéndose con formas de organización infinitamente más dinámicas, flexibles, difusas y cambiantes.
El concepto más estático de “empresa” se va entremezclando con estas otras “situaciones” en estado de “flujo”. Se hace evidente que la empresa va cediendo su lugar a la “organización”, aunque parece que esta última palabra tampoco logra abarcar el escenario caótico de las redes que, precisamente, parecen “fluir”, adaptándose rápidamente a la dinámica de un contexto inestable y cambiante.
Hoy parece que ya no importa siquiera si una empresa muere junto con el producto igualmente efímero que justificó su formación. Ahora una empresa es pensada en función de un proyecto, no en función del proyecto de vida de su creador.
Lo que me parece importante remarcar –y es la clave de esta exposición– es lo que considero una diferencia significativa entre dos conceptos aparentemente similares, pero que tienen características y cualidades que las hacen claramente disímiles, aun cuando muchas de sus funcionalidades, así como los fines que persiguen, puedan tener sus mutuas correspondencias. Me refiero a los conceptos de “empresa” y “organización”.
No voy a intentar ninguna definición con pretensiones de “manual”, que correría mayor riesgo de ser denostada por los académicos y los academicistas. Prefiero que prevalezca la comprensión del sentido que pretendo darles a estos conceptos.
Me parece, efectivamente, que la imagen de la “red” permite visualizar bastante claramente el punto que quiero resaltar. Pero preferiría evitar la típica imagen de la telaraña, que nos remite a una maya de círculos concéntricos, ligados mediante una serie de hilos que atraviesan desde el centro hasta la periferia. Esta imagen resulta demasiado prolijamente “ordenada”, como también lo es la típica red de los pescadores, formada por una gigantesca trama de hilos que se entrecruzan formando cuadrados o rombos, pero en cuyos nodos apenas convergen conjuntos de cuatro hilos, que a su vez confluyen hacia otros tantos nodos, y así sucesivamente.
Un modelo tomado de las neurociencias
Ambos modelos resultan estructuras demasiado rígidas e inmóviles como para ilustrar la dinámica fluidez de las organizaciones en red, que se parecen más a nuestras redes neuronales (sí, las que tenemos allí arriba, en nuestros cerebros).
En efecto, nuestra complejísima y extremadamente sofisticada estructura cerebral contiene infinidad de neuronas, unidas entre sí mediante las sinapsis (ver imagen a la derecha). Lo sorprendente de este modelo es que cada neurona tiene una cantidad de sinapsis, que son algo así como “extensiones” que las conectan con otras tantas neuronas. Desde un punto de vista estético, está lejos de parecerse a un diseño prolijo y ordenado. Más bien resulta un enjambre caótico e informe.
Pero lo maravilloso de este sistema es que de él pueden decirse muchas cosas, menos que sea estático e inmóvil. En efecto, las sinapsis están en permanente movimiento, desconectándose de unas neuronas para ir a conectarse a otras, a una velocidad bastante sorprendente, pero con la plasticidad que se les requiere para responder a escenarios y situaciones que se modifican a nuestro alrededor (y dentro de nosotros) con una frecuencia de la que ni siquiera somos capaces de tomar suficiente conciencia.
Me parece que las organizaciones empresariales –o tal vez deberíamos hablar de organizaciones orientadas a la consecución de negocios– están adquiriendo este tipo de fisonomía: desordenada, caótica, desestructurada, pero altamente dinámica y versátil, con la agilidad necesaria para contactar, conectar y desconectarse de otros “nodos” (las neuronas, en el esquema neuronal) según las necesidades propias de cada momento y cada escenario dado, con gran habilidad para ejecutar una variedad de planes simultáneos, cada uno orientado a un proyecto puntual y específico, y todos participando de una gigantesca danza global de proyectos y negocios.
¿Cómo participar de esta danza cósmica de negocios?
Ya sea que nos hagamos esta pregunta en nuestra calidad de individuos, de empresas, o de pequeñas “asociaciones” de profesionales sin estructura societaria, la primera condición para sumarse a esta “movida” es creer que este es un escenario que ofrece más oportunidades para potenciar los negocios que los riesgos que conlleva de ser devorados por la rapiña de los predadores.
Si estamos temerosos de poner nuestros recursos allí afuera, donde otros podrán sacar ventaja pretendiendo quedarse con todo, es que todavía no hemos entendido de qué se trata, o sencillamente nuestra estructura mental y cultural todavía no se ha movido lo suficiente en la dirección adecuada. Si tu actitud es la de quien dice: “Mío, mío, mío, sólo mío”, pues entonces quédate con lo que te pertenece, y que te sea de provecho.
Si quieres venir a bailar, bienvenido al baile, tráete ropa suelta para sacudirte, cuéntanos qué te trae por aquí, y ya veremos qué podemos hacer juntos. Seguramente nos divertiremos mucho juntos.
Creer que allí afuera hay más para ganar que para perder es adoptar la filosofía de “prefiero el 20 por ciento de 100 que el 100 por ciento de 10”.
No se trata de ignorar los riesgos. Por supuesto que trabajar en red implica riesgos, pero no tantos como pretender trabajar aislado dentro de una campana de cristal. Siempre, indefectiblemente, y todos, sin excepciones, trabajamos en red. Sencillamente porque trabajar y hacer negocios (y ser empleado de una empresa es una forma de hacer negocios) requiere interactuar con otros, articulando redes de contactos de mayor o menor envergadura. La pregunta es: ¿hasta dónde estás dispuesto a llevar los hilos de tus negocios?
Tejer nuestras redes con profesionalismo
Frente a los riesgos, la única receta posible es actuar de la manera en que debemos hacerlo en cada aspecto de nuestra vida laboral y profesional: ¡con profesionalismo! (valga la redundancia).
Actuar con profesionalismo significa activar todos los recursos y todas las herramientas para minimizar los riesgos –ya que difícilmente podremos garantizar la meta del “riesgo cero”–. Sólo a modo de punteo de algunos ítem que deberemos tener en cuenta en casi cualquier oportunidad de desarrollar negocios en red:
  • Averiguar todo lo que podamos acerca de la otra parte con la que estamos tejiendo un negocio. Ya sea un individuo o una empresa, siempre hay maneras de conseguir información acerca de los perfiles profesionales, la eficiencia, los valores éticos, las referencias de otros socios, proveedores o clientes, etcétera.
  • Poner sobre la mesa todos los aspectos involucrados en el acuerdo, y no dejar nada librado al azar o al “vamos viendo sobre la marcha”. Todos los escenarios futuros tienen que estar conversados y acordados, incluyendo tanto los beneficios como las pérdidas y contingencias de todo tipo.
  • También tiene que estar conversado y acordado la manera de poner fin al acuerdo. Un riesgo muy común es realizar acuerdos, desarrollar acciones en forma conjunta, y un día, cuando una de las partes quiere “abrirse” y seguir por su cuenta, aparecen los conflictos por quién se queda con qué, quién le compra qué a la otra parte y cuál es el precio a pagar.
  • Todo tiene que quedar por escrito. Todo.
Repito: estos “bullet points” son solo unos pocos aspectos a considerar cuando hacemos acuerdos en el marco de la filosofía de “trabajo en red” o de realizar “negocios en red”.
Y sólo ahora voy a hacer hincapié en una cualidad que está por encima de todos estos aspectos que hacen al profesionalismo, pero sin los cuales esa otra cualidad primordial se va al tacho. Me refiero a la confianza.
No hay filosofía de cooperación posible si no existe la premisa de la mutua confianza. Y mutua confianza significa, en primer lugar, que ofrezco esa cualidad en mí como condición para que el otro se sienta cómodo en ese vínculo. Y esa cualidad no debe ser una estrategia de marketing que debo aprender a “representar”, sino que debe ser un valor auténtico que debo esforzarme por desarrollar en mi vida personal tanto como profesional.
Confianza significa, por el otro lado, que debo desarrollar la sensibilidad y la destreza para discernir las cualidades y los valores personales que emite mi interlocutor, tanto en forma de mensajes como, sobre todo, de meta mensajes. Se trata de un difícil equilibrio entre inteligencia e intuición. Se trata, por lo demás, de una habilidad que se aprende.
Esa mutua confianza, construida sobre la base de las cualidades de cada una de las partes, se traduce y consolida en una relación de empatía.
Más allá de eso (la confianza, los valores, la empatía) está todo lo que dijimos un poco más arriba acerca de los “recaudos” que debemos implementar para saber que estamos haciendo las cosas de un modo profesional. Acordar con el mayor grado de consideración posible hacia todos los factores en juego, tanto los previsibles como los imponderables. Y todo por escrito, incluyendo un contrato o convenio marco con las certificaciones legales que fueran pertinentes.
Pero, ¿de qué estamos hablando concretamente?
Una “organización en red” es una construcción que permite extender el ámbito de los negocios mucho más allá de los límites de los propios recursos, tanto físicos como intangibles. Teniendo esto en mente, los únicos límites posibles son aquellos que nos ponemos a nosotros mismos cuando ponemos freno a nuestra imaginación, o cuando en algún momento entre la imaginación y la realización aparecen los bloqueos, sean estos imaginarios o reales.
El momento de la “imaginación emprendedora” (dejemos afuera los raptos de ensoñación infecunda y otros fenómenos que presentan brechas insalvables en el camino hacia la sustentabilidad) es lo que mucha literatura llama, sencillamente, “creatividad”. La llamo “imaginación emprendedora” para caracterizarla como el acto de la mente y del pensamiento orientado a “registrar” nuestros deseos, esos sueños que definen nuestro proyecto de vida, tanto personal como profesional y/o empresarial. La única condición para este acto de imaginación es que, tras dejarla volar y recorrer las alturas del firmamento, la traigamos de regreso, la despojemos de eventuales trazas de delirio, y redactemos el guión de un sueño posible.
Cuando pienso en el concepto de “organización en red”, me pregunto, por ejemplo, ¿cuál es el límite para un abogado especializado en Derecho Comercial, que se asocia con otro abogado especializado en Derecho Laboral, y así con otros letrados? ¿Y cuánto más allá pueden llegar si extienden sus “sinapsis” para contactar con un pequeño estudio de consultoría especializado en algún área específica de gestión empresarial? ¿Y cuánto podría aportar un profesional de marketing que pudiera desarrollar acciones de posicionamiento para esta “organización”? ¿Se dan cuenta que ya no estamos hablando de una “empresa”, de acuerdo con los paradigmas ortodoxos? ¿Y cuántas nuevas fronteras se disuelven en el preciso instante cuando organizaciones similares en distintos países comienzan a articular sus conocimientos, sus experiencias y –sobre todo– sus contactos.
No estamos hablando del nacimiento de una nueva Price Waterhouse ni del resurgimiento de Andersen Consulting. La “organización en red” no necesita convertirse en una “empresa”, si por tal cosa nos referimos a la constitución de una entidad jurídica, sea con el formato de una sociedad anónima o cualquier otra forma legal.
Una “organización en red” puede conformarse en torno a pequeños acuerdos o alianzas, acotados a áreas específicas de complementación, y ni siquiera todas y cada una de las partes deben participar necesariamente de los pequeños acuerdos que otros integrantes de la “organización” llevan a cabo con aliados o “nodos” más alejados de nuestro propio radio de acción o influencia.
Podríamos escribir volúmenes con ejemplos de posibles “organizaciones en red” con actores diferentes a la de los abogados y consultores de un poco más arriba. Alianzas entre asesores financieros independientes y áreas corporativas de bancos o entidades crediticias, y entre éstos y tiendas de venta al detalle (¿le parece que algo de esto ya existe?); desarrolladores de software con proveedores de soluciones tecnológicas, y entre éstos y consultores especializados en change management. Y así ad infinitum.
Sólo deje volar su imaginación con esta pregunta en mente: ¿hasta dónde quiero llegar con mis servicios profesionales o con las posibilidades de mi empresa o mi emprendimiento?
Cuidado: lejos de mí alentar ambiciones desmesuradas, ni empujar a nadie a escenarios de estrés por involucrarse en proyectos o emprendimientos que los lleven a perder de vista el sano equilibrio entre el quehacer económico y la vida personal y familiar. La filosofía de la colaboración que subyace al concepto de “organización en red”, por el contrario, debería habilitarnos para expandir nuestros horizontes al mismo tiempo que hace más llevadera nuestra carga de tareas. La organización en red debería ayudarnos a ser más felices, no a ser más ricos a costa de mayores compromisos y cuotas de estrés y malestar más elevadas.

Fuente: Esteban Owen es Fundador y Director de Ser Humano y Trabajo. A lo largo de su carrera profesional se ha desempeñado en periodismo y ha desarrollado actividades vinculadas con la comunicación escrita y gráfica. Como periodista se desempeñó en el diario Tiempo Argentino, hasta su cierra en 1987, y posteriormente articuló sus actividades periodísticas en forma free lance con el diseño gráfico. Se desempeñó durante varios años como diseñador gráfico para empresas de gran prestigio, como MetLife y la editorial El Derecho. También adquirió gran experiencia en estrategias de marketing. En 1999 fundó Ser Humano y Trabajo con la visión de promover un cambio en los paradigmas gerenciales, en línea con las nuevas tendencias del management, orientadas a lo que él llama “una empresa con rostro humano”.

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