Por SOFÍA RUIZ DE VELASCO (SOITU.ES)               
            Martín  Lejarraga es de Bermeo, pero vive en Cartagena desde hace años.  Allí tiene su estudio, que ha sido seleccionado por el Wallpaper en  su lista anual de jóvenes arquitectos. Cree que la arquitectura puede  cambiar el mundo a través del trabajo honesto y recurre a una frase de  Bartleby para explicar la sostenibilidad: "Preferiría no hacerlo", es  decir, no se trata de poner dos placas solares en los edificios sino de  dejar de hacer viviendas innecesarias, sean ecológicas o no. 
Dices que la arquitectura es como ir a la  guerra todos los días, vaya riesgo, ¿no?
Sí, es el riesgo de actuar sabiendo que tus  acciones están siempre siendo auditadas y chequeadas y puestas en  cuestión. La energía que eso supone, la adrenalina que tienes que  generar continuamente para poder estar atento. En la arquitectura hay  una parte intelectual y otra que es el negocio, que no me atrevo ni a  calificar porque no participo mucho en ese mundo. Pero lo que no es  negocio es la guerra, y una guerra cada día más complicada y más difícil  porque el ámbito del negocio va ocupando la actividad social y por  tanto de la actividad arquitectónica. Las dificultades de sacar adelante  cualquier obra son cada vez mayores.
Bueno, pero esa presencia extrema del negocio  supongo que revierte en mayores ingresos, en que los proyectos valgan  más.
No nos afecta de forma directa. Siempre hay  una relación entre la envergadura de la obra y los honorarios, pero  digamos que el arquitecto es sufridor de la parte del mercado pero no  participa directamente de los beneficios. En realidad, es un límite a la  actividad propiamente arquitectónica.
Aún así eres optimista. Hasta crees que la  arquitectura puede cambiar el mundo. ¿Cómo?
Algo tan sencillo como hacer el trabajo  bien, honestamente y hasta sus últimas consecuencias puede cambiar  muchas cosas. La cotidianidad de los trabajos bien hechos hace que la  sociedad mejore y que el mundo cambie a mejor. Construir un colegio o un  teatro tiene una incidencia brutal en la cultura y en el comportamiento  de la gente. Tenemos la capacidad de hacer que las cosas cambien, otra  cosa es que seamos capaces de ejercerla o no. Se habla del efecto  Guggenheim, situaciones donde una intervención arquitectónica cambia la  vida de una ciudad, de un barrio o de una persona. Pero es que no lo  hacemos bien.
¿Qué es lo que se hace mal?
En esa área de trabajo marcada por el  negocio lo que importa es el dinero, así que todos los que intervienen  en el proceso actúan guiados por obtener el mayor rédito posible en su  actividad y esto se hace incompatible con una práctica honesta.
Has hablado del efecto Guggenheim, que, en  efecto, cambió una ciudad, pero ahora ya Bilbao parece un parque  temático de premios Pritzker.
"La arquitectura es un deporte en equipo", aquí  el de Martín Lejarraga.
El efecto Guggenheim tiene como positivo que  ha demostrado que la arquitectura y las actuaciones urbanísticas tienen  una influencia muy grande en la sociedad y ahora se trata de trasladar  tal cual a cualquier parte y se convierte en una caricatura. La  aplicación sistemática y repetitiva en todas partes y en todas las  escalas es deplorable y causa un efecto fatal, porque Gehry no lo hace  siempre bien y porque los intereses que van ligados son intereses de  mercado y la arquitectura se convierte en una excusa absurda.
Frente a arquitectura monumento se encuentra  otra digamos 'de guerrilla', de actuación en espacios públicos, de  ocupación de espacios vacíos sin observar algunas exigencias legales...
Sí, la situación en muchos entornos  concretos hace necesario que las intervenciones tengan ese carácter  digamos al límite de lo legal, de lo económico, que tenga una condición  efímera, de llamada de atención mediática para poner el foco en  determinadas situaciones. Admiro mucho a Cirugeda,  por ejemplo, porque sus actuaciones arrancan desde una raíz sociológica  entendiendo que los problemas no están en que haya un descampado, sino  que está rodeado de chabolas, donde se vende droga, entonces pasan  cosas... Entonces no se trata de hacer en el descampado un jardín de fin  de semana sino de actuar en el barrio a través de la arquitectura.
Ambas corrientes conviven y son muy  mediáticas.
Son esferas sociales distintas y todas son  necesarias. No hay reglas para cada caso, hay que buscarlas. Cada  situación demanda una solución específica. El problema viene cuando se  aplica la misma receta para todo: "Tengo un problema. Pues llama a Frank  Gehry. No, es que está ocupado. Pues llama a Calatrava. También está  ocupado. Pues llama a Moneo". Y ahí ya se ha cerrado el análisis. Tiras  de lista y vas viendo quién te contesta y eso es un problema.
Has sido elegido por la revista Wallpaper en  su directorio anual. El proyecto que presentaste también se basaba en la  ocupación de un espacio vacío...
Se nos propuso la redacción de un proyecto  específico: una vivienda que obedeciera a las condiciones sociales y  económicas actuales. A mí me sorprendió ver que era de los pocos que  había. Todas las propuestas ligadas a Europa, Estados Unidos y Asia no  entraban en las preocupaciones que en España tenemos más presentes  porque hemos asistido en los últimos años a una degradación muy bestia.  Por eso mi proyecto iba en la línea de recuperar un  espacio existente. Recuperar una piscina porque es un espacio  innecesario y que además, en la zona que yo vivo (Murcia) es  insostenible por el tema del agua, por ejemplo. Pero la verdad es que  era una cosa rara en el conjunto de las propuestas que se hicieron.  Incluso en la maqueta se notaba esta diferencia de preocupaciones. La  mía estaba hecha con materiales reciclados, con policarbonatos, con  cosas baratas, mientras que en otros proyectos ya solo la maqueta  respondía a programas muy específicos con desarrollos en la propia  maqueta muy costosos.
Es que quizás en estos momentos  "sostenibilidad" sea la palabra de moda en España.
La mayoría de las veces que se habla de  estos términos son palabras huecas que intentan dar un barniz a  cualquier tipo de intervención aunque luego no tengan nada de  sostenibles. Se usa con facilidad e impunidad porque muchas veces se  trata de engañar a los demás. La arquitectura de verdad, la arquitectura  a secas, ha sido siempre sostenible. Lo demás, lo que entendemos por  negocio, nunca ha tenido que ver con eso y ahora tampoco por mucho que  le pongan algo más de aislamiento y placas solares. El concepto de  sostenibilidad no pasa por ahí pasa por un planteamiento previo mucho  más importante que se resume en la frase de Bartebly "preferiría no  hacerlo". Lo primero que hay que plantearse es si la intervención es  realmente necesaria y en qué términos. Hemos convertido lo sostenible en  una coartada para seguir haciendo lo mismo, para seguir construyendo  miles de viviendas innecesarias en lugares donde no se debería  construir.
Esto, igual que lo que cuentas de las  maquetas, provoca un alejamiento entre arquitecto y usuario.
A lo largo de los años, el arquitecto ha ido  perdiendo el prestigio de un técnico competente y preocupado por su  trabajo. Y ese caudal de profesionales preocupados ha ido desdoblándose  en dos ramas: la rama a la que le da todo igual, que van a ser una pieza  más del engranaje constructivo y del mercado y otros arquitectos que  quieren marcar la diferencia. La sociedad, que es inteligente, rechaza a  unos y a otros. A los primeros porque la falta de compromiso la ven en  sus viviendas. Y la otra rama, mucho menos numerosa, en su afán, a veces  perverso, por hacer las cosas distintas, se queda en todo lo contrario,  en tratar de imponer una serie de actuaciones que la sociedad no  necesita o no entiende o le resultan caros e inabordables. Y se  preguntan ¿no hay una forma de abordar las cosas de forma proporcional,  honesta, tranquila, adecuada?
¿Y no la hay?
Sí, sí la hay, pero lo que más llega es que a  veces somos desproporcionados. O no llegamos, no nos interesa nada y  hacemos lo mínimo o muchas veces en nuestro afán por diferenciarnos  sacamos de quicio a la sociedad, porque hacemos cosas que no demanda y  muchas veces tampoco las puede pagar y se genera una tensión  insoportable entre los dos polos. 
¿Qué es para  ti entonces buena arquitectura?
Es procurarle bienestar al hombre a través  de su entorno. Puede ser un parque, un banco a la sombra, una casa, una  biblioteca, un teatro...
Precisamente tú haces desde equipamientos  públicos hasta viviendas o proyectos muy pequeños. ¿Qué te gusta más?
Debemos de ser capaces de hacer de todo. No  me interesa la especialización. La experiencia en muchos casos es un  bagaje que nos viene muy bien pero también te puede venir muy mal y ser  una especie de muleta que utilizas para salvar ciertas situaciones y no  plantearte otras. Creo en que haya continuidades de trabajos, que  coincida que en una temporada haces oficinas, o haces dos colegios, o  haces museos, pero a mí me interesa más y me mantiene más atento el  hecho de enfrentarme a cosas distintas.
Y entre tanta diversidad, ¿qué tienen en  común tus proyectos? ¿Cuál es tu sello?
El mío es no tener sello. No buscar una  identidad concreta formal, ni material, ni que me identifiquen con nada  específico. Doy una respuesta diferente en cada caso. Aunque esa  diversidad de resultados dificulta que a uno le reconozcan, pero creo  que volver siempre a la misma referencia es un disfraz y a mí los  disfraces no me gustan. Eso sí, siempre basada en una actitud, en la  empatía con el cliente, en las necesidades del entorno, en una manera de  entrar en el trabajo, pero en la parte formal no tengo un sello.
Hablando de la empatía con el cliente, una  parte que me divierte bastante de vuestro trabajo es el 'momento  psicólogo': el cliente tiene que hablar con vosotros de sus necesidades y  sus anhelos para que vosotros podáis trabajar.
Claro, es imprescindible la empatía. Si no  la hay es mejor dejar el proyecto. Hay que ser capaz de entender lo que  te están transmitiendo y sobre todo leer entre líneas. Hay que tener la  claridad de detectar en un cliente no solo lo que te pide sino también  lo que no te pide de forma expresa pero que te está dejando ver a través  de su actitud, sus comentarios.
Y después de este trabajo ¿qué sientes cuando  ves un edificio tuyo habitado?
Me gusta que los edificios tengan vida  propia. A veces su uso supera lo que tú habías planteado, otras veces no  te complace mucho. Pero en cualquier caso en el momento que lo acabas  el edificio ya no es tuyo. Bueno, mejor dicho el edificio nunca es tuyo.  Eso es algo muy de arquitecto. Y es este afán de control el que pone  más distancia entre el arquitecto y la sociedad.
 
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