Por Sílvia Pérez Adelll - 18/01/2010 Fuente: infonomia.com
El reciente crac de Dubai ha llevado a las primeras páginas de la prensa  internacional un nuevo tipo de empresa que fluctúa entre el sector  privado y el sector público: las compañías  híbridas.
Bautizadas con una multitud de nombres distintos  (compañías controladas por el Estado, paraestatales, organizaciones  subvencionadas por el Estado), tienen un rasgo fundamental: oscilan  entre ambos sectores según sus intereses. Se trata de compañías  confusas, de entidades que tienen tantos vínculos con los gobiernos que  es prácticamente imposible distinguir donde empieza uno y acaba el otro. Este tipo de organizaciones ha estado vinculado históricamente a los  países desarrollados: Francia siempre ha tenido predilección por las  compañías parcialmente estatales y recientemente el gobierno de EE.UU ha  invertido en muchas empresas para tratar de salvarlas de la crisis  financiera mundial. Por su parte, China y Rusia también se han  convertido en grandes promotoras de este nuevo modelo de corporación y  en ambos países encontramos un gran número de compañías que mantienen  estrechos lazos con los gobiernos locales o centrales, así como empresas  estatales que compran activos del sector privado a precios muy bajos.  Sin embargo, esta clase de organizaciones actualmente también está  proliferando con fuerza en países en vías de desarrollo. 
Las compañías híbridas operan principalmente en el sector económico y  energético. 13 de las empresas petrolíferas más importantes del mundo  están controladas por el gobierno, pero a la vez tienen acceso a grandes  cantidades de capital privado y a exclusivo know how. Y es que el  concepto de “compañía estatal” se ha redefinido y posee un gran número  de ventajas. En primer lugar, aprovecha lo mejor de ambos sectores: goza  de la seguridad del sector público y de las oportunidades del sector  privado, utiliza la presencia internacional para proveer a su país de  los mejores recursos mundiales; además, puede obtiene préstamos con  mejores condiciones gracias a garantías gubernamentales y utilizar su  brazo político para adelantarse a rivales peor posicionados. 
Sin embargo, estas organizaciones también tienen flaquezas, tal como ha  evidenciado el crac de Dubai. El principal problema de las compañías  híbridas es que se trata de organizaciones confusas, que a menudo  realizan operaciones internas difíciles de entender y que tienen  comportamientos erráticos raramente predecibles. La naturaleza vaga de  estas compañías también desconcierta a los inversores, tal como ha  sucedido recientemente en Dubai. Ante el enorme asombro de éstos, el  gobierno ha anunciado que no se hará cargo de sus deudas y que cada  acreedor es enteramente responsable de sus préstamos, debiendo  diferenciar entre Estado y empresa. 
Este posicionamiento denota la politización de las compañías híbridas,  otro de sus principales inconvenientes. A menudo esto se traduce en  ofrecer puestos a miembros políticos, como sucede en China (se habla ya  de los “empresarios rojos”, dada la fuerte vinculación entre el sector  privado y el gobierno) o en verse implicado en luchas de poder, típico  tanto de los países desarrollados como en vías de desarrollo. 
Pero el problema de la politización es especialmente grave cuando las  compañías estatales quieren expandirse al extranjero: suelen evocar  imágenes imperialistas y refuerzan el sentimiento proteccionista de las  personas xenófobas, tal como hemos visto recientemente con la furiosa  reacción en EE.UU. después que Dubai intentara comprar puertos  americanos. 
Ante las suspicacias y la desconfianza que en ocasiones despiertan estas  organizaciones, la clase política parece tener clara la postura a  adoptar: hay que transmitir a la opinión pública la sensación que se es  consciente del problema y que hay que controlarlo. Veremos si,  efectivamente, se adoptan medidas para la ambigüedad que reina en las  compañías híbridas o simplemente se trata de declaraciones vacías.  
 
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