Las          formas de organizar el trabajo han variado infinidad de veces a lo largo          de la historia de la especie humana. De una forma o de otra –consciente          o inconscientemente, de manera sistemática y planificada o espontánea          e informal–, el concepto de “trabajo en red” siempre          estuvo presente. Las personas nos asociamos unas con otras e interactuamos          para lograr en forma aunada y mancomunada metas y objetivos que resultarían          inaccesibles mediante los limitados recursos individuales.
     Pero          el fenómeno está adquiriendo nuevos alcances, nuevas dimensiones          y unos formatos difíciles de imaginar un tiempo atrás, cuando          no existía Internet y cuando la empresa, en su expresión          más burocrática, regía los paradigmas culturales          de la organización del trabajo y la producción, al mismo          tiempo que las fórmulas jurídicas y legales estaban redactadas          para dar sustento a entidades perfectamente delimitadas por los muros          de la sociedad anónima, la sociedad de responsabilidad limitada,          la cooperativa, y así siguiendo.
Actualmente          los rígidos y abroquelados esquemas de empresas basadas en entidades          jurídicas, con sus sedes, sus edificios, sus estatutos y sus organigramas,          están estallando en mil pedazos delante de nuestros ojos, aun cuando          el vértigo de las transformaciones que están teniendo lugar          en todos los órdenes de la vida en este planeta nos obnubila y          casi no logramos percatarnos. Es que todo va tan rápido que ya          nada nos sorprende, o no nos da tiempo para detenernos a ver lo que está          sucediendo y, sobre todo, darnos cuenta de cómo afecta, o –para          decirlo de un modo menos dramático– cómo impacta sobre          nuestra existencia individual y sobre nuestra forma de organizarnos colectivamente          para el trabajo y para la producción de bienes y servicios.
El          concepto de “red” que nació de la mano de la world          wide web se extendió mucho más allá de sus significados          y sus alcances originales, signados por el invento de una ambiciosa herramienta          tecnológica. Las facilidades que puso originalmente en las manos          de un selecto universo de científicos con unos propósitos          claramente delimitados, pronto explotaron abriendo un abanico inimaginable          de posibilidades de realización, de creatividad y de vinculación.          
Internet          aceleró la concreción de la “aldea global”,          reduciendo a la nada distancias geográficas tanto como fronteras          nacionales y brechas culturales y étnicas, y minimizando al mismo          tiempo las limitaciones a las oportunidades de acceso a recursos de todo          tipo. Tecnologías, conocimientos, e incluso recursos financieros          antes restringidos a las posibilidades de unas pocas “multis”          todopoderosas, ahora son tan “baratos” que cualquier hijo          de vecino con sólo una astucia por encima de la media los puede          poner a trabajar para el logro de sus objetivos.
Nótese          que ni siquiera hablé de “comprar” esos recursos, acción          que sería necesaria en el paradigma de la “empresa”          tal como la conocíamos hasta hace bien poco. El concepto de “red”          ha desbordado su envase original y se ha desparramado por todos los estamentos          del quehacer colectivo, de manera que ahora no tenemos más que          hurgar un poco para ligar un cabo aquí con otro más allá,          para encontrarnos con decenas, con cientos, con miles de arañas          que, como nosotros, tejen y tejen, no con el depravado plan de hacer caer          en la trampa al moscardón desprevenido, sino para colaborar con          y recibir la colaboración de otras arañas con quienes compartimos          una visión, una misión, proyectos, objetivos y metas.
Organizaciones          en estado de fluidez
Vamos          a ser claros y realistas: empresas como las que existen desde el triunfo          de las burguesías modernas (inglesa, francesa, rusa o norteamericana)          seguirán existiendo al menos por alguna que otra generación          más. Pero sus formatos están sin duda yuxtaponiéndose          con formas de organización infinitamente más dinámicas,          flexibles, difusas y cambiantes.
El          concepto más estático de “empresa” se va entremezclando          con estas otras “situaciones” en estado de “flujo”.          Se hace evidente que la empresa va cediendo su lugar a la “organización”,          aunque parece que esta última palabra tampoco logra abarcar el          escenario caótico de las redes que, precisamente, parecen “fluir”,          adaptándose rápidamente a la dinámica de un contexto          inestable y cambiante.
Hoy          parece que ya no importa siquiera si una empresa muere junto con el producto          igualmente efímero que justificó su formación. Ahora          una empresa es pensada en función de un proyecto, no en función          del proyecto de vida de su creador.
Lo          que me parece importante remarcar –y es la clave de esta exposición–          es lo que considero una diferencia significativa entre dos conceptos aparentemente          similares, pero que tienen características y cualidades que las          hacen claramente disímiles, aun cuando muchas de sus funcionalidades,          así como los fines que persiguen, puedan tener sus mutuas correspondencias.          Me refiero a los conceptos de “empresa” y “organización”.
No          voy a intentar ninguna definición con pretensiones de “manual”,          que correría mayor riesgo de ser denostada por los académicos          y los academicistas. Prefiero que prevalezca la comprensión del          sentido que pretendo darles a estos conceptos.
Me          parece, efectivamente, que la imagen de la “red” permite visualizar          bastante claramente el punto que quiero resaltar. Pero preferiría          evitar la típica imagen de la telaraña, que nos remite a          una maya de círculos concéntricos, ligados mediante una          serie de hilos que atraviesan desde el centro hasta la periferia. Esta          imagen resulta demasiado prolijamente “ordenada”, como también          lo es la típica red de los pescadores, formada por una gigantesca          trama de hilos que se entrecruzan formando cuadrados o rombos, pero en          cuyos nodos apenas convergen conjuntos de cuatro hilos, que a su vez confluyen          hacia otros tantos nodos, y así sucesivamente.
Un          modelo tomado de las neurociencias
Ambos          modelos resultan estructuras demasiado rígidas e inmóviles          como para ilustrar la dinámica fluidez de las organizaciones en          red, que se parecen más a nuestras redes neuronales (sí,          las que tenemos allí arriba, en nuestros cerebros).
En          efecto, nuestra complejísima y extremadamente sofisticada estructura          cerebral contiene infinidad de neuronas, unidas entre sí mediante          las sinapsis (ver imagen a la derecha). Lo sorprendente de este modelo          es que cada neurona tiene una cantidad de sinapsis, que son algo así          como “extensiones” que las conectan con otras tantas neuronas.          Desde un punto de vista estético, está lejos de parecerse          a un diseño prolijo y ordenado. Más bien resulta un enjambre          caótico e informe.
Pero          lo maravilloso de este sistema es que de él pueden decirse muchas          cosas, menos que sea estático e inmóvil. En efecto, las          sinapsis están en permanente movimiento, desconectándose          de unas neuronas para ir a conectarse a otras, a una velocidad bastante          sorprendente, pero con la plasticidad que se les requiere para responder          a escenarios y situaciones que se modifican a nuestro alrededor (y dentro          de nosotros) con una frecuencia de la que ni siquiera somos capaces de          tomar suficiente conciencia.
Me          parece que las organizaciones empresariales –o tal vez deberíamos          hablar de organizaciones orientadas a la consecución de negocios–          están adquiriendo este tipo de fisonomía: desordenada, caótica,          desestructurada, pero altamente dinámica y versátil, con          la agilidad necesaria para contactar, conectar y desconectarse de otros          “nodos” (las neuronas, en el esquema neuronal) según          las necesidades propias de cada momento y cada escenario dado, con gran          habilidad para ejecutar una variedad de planes simultáneos, cada          uno orientado a un proyecto puntual y específico, y todos participando          de una gigantesca danza global de proyectos y negocios.
¿Cómo          participar de esta danza cósmica de negocios?
Ya          sea que nos hagamos esta pregunta en nuestra calidad de individuos, de          empresas, o de pequeñas “asociaciones” de profesionales          sin estructura societaria, la primera condición para sumarse a          esta “movida” es creer que este es un escenario que ofrece          más oportunidades para potenciar los negocios que los riesgos que          conlleva de ser devorados por la rapiña de los predadores.
Si          estamos temerosos de poner nuestros recursos allí afuera, donde          otros podrán sacar ventaja pretendiendo quedarse con todo, es que          todavía no hemos entendido de qué se trata, o sencillamente          nuestra estructura mental y cultural todavía no se ha movido lo          suficiente en la dirección adecuada. Si tu actitud es la de quien          dice: “Mío, mío, mío, sólo mío”,          pues entonces quédate con lo que te pertenece, y que te sea de          provecho.
Si          quieres venir a bailar, bienvenido al baile, tráete ropa suelta          para sacudirte, cuéntanos qué te trae por aquí, y          ya veremos qué podemos hacer juntos. Seguramente nos divertiremos          mucho juntos.
Creer          que allí afuera hay más para ganar que para perder es adoptar          la filosofía de “prefiero el 20 por ciento de 100 que el          100 por ciento de 10”.
No          se trata de ignorar los riesgos. Por supuesto que trabajar en red implica          riesgos, pero no tantos como pretender trabajar aislado dentro de una          campana de cristal. Siempre, indefectiblemente, y todos, sin excepciones,          trabajamos en red. Sencillamente porque trabajar y hacer negocios (y ser          empleado de una empresa es una forma de hacer negocios) requiere interactuar          con otros, articulando redes de contactos de mayor o menor envergadura.          La pregunta es: ¿hasta dónde estás dispuesto a llevar          los hilos de tus negocios?
Tejer          nuestras redes con profesionalismoFrente          a los riesgos, la única receta posible es actuar de la manera en          que debemos hacerlo en cada aspecto de nuestra vida laboral y profesional:          ¡con profesionalismo! (valga la redundancia).
Actuar          con profesionalismo significa activar todos los recursos y todas las herramientas          para minimizar los riesgos –ya que difícilmente podremos          garantizar la meta del “riesgo cero”–. Sólo a          modo de punteo de algunos ítem que deberemos tener en cuenta en          casi cualquier oportunidad de desarrollar negocios en red:
-             Averiguar todo lo que podamos acerca de la otra parte con la que estamos tejiendo un negocio. Ya sea un individuo o una empresa, siempre hay maneras de conseguir información acerca de los perfiles profesionales, la eficiencia, los valores éticos, las referencias de otros socios, proveedores o clientes, etcétera.
-             Poner sobre la mesa todos los aspectos involucrados en el acuerdo, y no dejar nada librado al azar o al “vamos viendo sobre la marcha”. Todos los escenarios futuros tienen que estar conversados y acordados, incluyendo tanto los beneficios como las pérdidas y contingencias de todo tipo.
-             También tiene que estar conversado y acordado la manera de poner fin al acuerdo. Un riesgo muy común es realizar acuerdos, desarrollar acciones en forma conjunta, y un día, cuando una de las partes quiere “abrirse” y seguir por su cuenta, aparecen los conflictos por quién se queda con qué, quién le compra qué a la otra parte y cuál es el precio a pagar.
-             Todo tiene que quedar por escrito. Todo.
Repito:          estos “bullet points” son solo unos pocos aspectos a considerar          cuando hacemos acuerdos en el marco de la filosofía de “trabajo          en red” o de realizar “negocios en red”.
Y          sólo ahora voy a hacer hincapié en una cualidad que está          por encima de todos estos aspectos que hacen al profesionalismo, pero          sin los cuales esa otra cualidad primordial se va al tacho. Me refiero          a la confianza.
No          hay filosofía de cooperación posible si no existe la premisa          de la mutua confianza. Y mutua confianza significa, en primer lugar, que          ofrezco esa cualidad en mí como condición para que el otro          se sienta cómodo en ese vínculo. Y esa cualidad no debe          ser una estrategia de marketing que debo aprender a “representar”,          sino que debe ser un valor auténtico que debo esforzarme por desarrollar          en mi vida personal tanto como profesional.
Confianza          significa, por el otro lado, que debo desarrollar la sensibilidad y la          destreza para discernir las cualidades y los valores personales que emite          mi interlocutor, tanto en forma de mensajes como, sobre todo, de meta          mensajes. Se trata de un difícil equilibrio entre inteligencia          e intuición. Se trata, por lo demás, de una habilidad que          se aprende.
Esa          mutua confianza, construida sobre la base de las cualidades de cada una          de las partes, se traduce y consolida en una relación de empatía.
Más          allá de eso (la confianza, los valores, la empatía) está          todo lo que dijimos un poco más arriba acerca de los “recaudos”          que debemos implementar para saber que estamos haciendo las cosas de un          modo profesional. Acordar con el mayor grado de consideración posible          hacia todos los factores en juego, tanto los previsibles como los imponderables.          Y todo por escrito, incluyendo un contrato o convenio marco con las certificaciones          legales que fueran pertinentes.
Pero,          ¿de qué estamos hablando concretamente?
Una          “organización en red” es una construcción que          permite extender el ámbito de los negocios mucho más allá          de los límites de los propios recursos, tanto físicos como          intangibles. Teniendo esto en mente, los únicos límites          posibles son aquellos que nos ponemos a nosotros mismos cuando ponemos          freno a nuestra imaginación, o cuando en algún momento entre          la imaginación y la realización aparecen los bloqueos, sean          estos imaginarios o reales.
El          momento de la “imaginación emprendedora” (dejemos afuera          los raptos de ensoñación infecunda y otros fenómenos          que presentan brechas insalvables en el camino hacia la sustentabilidad)          es lo que mucha literatura llama, sencillamente, “creatividad”.          La llamo “imaginación emprendedora” para caracterizarla          como el acto de la mente y del pensamiento orientado a “registrar”          nuestros deseos, esos sueños que definen nuestro proyecto de vida,          tanto personal como profesional y/o empresarial. La única condición          para este acto de imaginación es que, tras dejarla volar y recorrer          las alturas del firmamento, la traigamos de regreso, la despojemos de          eventuales trazas de delirio, y redactemos el guión de un sueño          posible.
Cuando          pienso en el concepto de “organización en red”, me          pregunto, por ejemplo, ¿cuál es el límite para un          abogado especializado en Derecho Comercial, que se asocia con otro abogado          especializado en Derecho Laboral, y así con otros letrados? ¿Y          cuánto más allá pueden llegar si extienden sus “sinapsis”          para contactar con un pequeño estudio de consultoría especializado          en algún área específica de gestión empresarial?          ¿Y cuánto podría aportar un profesional de marketing          que pudiera desarrollar acciones de posicionamiento para esta “organización”?          ¿Se dan cuenta que ya no estamos hablando de una “empresa”,          de acuerdo con los paradigmas ortodoxos? ¿Y cuántas nuevas          fronteras se disuelven en el preciso instante cuando organizaciones similares          en distintos países comienzan a articular sus conocimientos, sus          experiencias y –sobre todo– sus contactos.
No          estamos hablando del nacimiento de una nueva Price Waterhouse ni del resurgimiento          de Andersen Consulting. La “organización en red” no          necesita convertirse en una “empresa”, si por tal cosa nos          referimos a la constitución de una entidad jurídica, sea          con el formato de una sociedad anónima o cualquier otra forma legal.
Una          “organización en red” puede conformarse en torno a          pequeños acuerdos o alianzas, acotados a áreas específicas          de complementación, y ni siquiera todas y cada una de las partes          deben participar necesariamente de los pequeños acuerdos que otros          integrantes de la “organización” llevan a cabo con          aliados o “nodos” más alejados de nuestro propio radio          de acción o influencia.
Podríamos          escribir volúmenes con ejemplos de posibles “organizaciones          en red” con actores diferentes a la de los abogados y consultores          de un poco más arriba. Alianzas entre asesores financieros independientes          y áreas corporativas de bancos o entidades crediticias, y entre          éstos y tiendas de venta al detalle (¿le parece que algo          de esto ya existe?); desarrolladores de software con proveedores de soluciones          tecnológicas, y entre éstos y consultores especializados          en change management. Y así ad infinitum.
Sólo          deje volar su imaginación con esta pregunta en mente: ¿hasta          dónde quiero llegar con mis servicios profesionales o con las posibilidades          de mi empresa o mi emprendimiento?
Cuidado:          lejos de mí alentar ambiciones desmesuradas, ni empujar a nadie          a escenarios de estrés por involucrarse en proyectos o emprendimientos          que los lleven a perder de vista el sano equilibrio entre el quehacer          económico y la vida personal y familiar. La filosofía de          la colaboración que subyace al concepto de “organización          en red”, por el contrario, debería habilitarnos para expandir          nuestros horizontes al mismo tiempo que hace más llevadera nuestra          carga de tareas. La organización en red debería ayudarnos          a ser más felices, no a ser más ricos a costa de mayores          compromisos y cuotas de estrés y malestar más elevadas.
Fuente: Esteban Owen        es Fundador y Director de Ser Humano y Trabajo. A lo largo        de su carrera profesional se ha desempeñado en periodismo y ha desarrollado        actividades vinculadas con la comunicación escrita y gráfica.        Como periodista se desempeñó en el diario Tiempo Argentino,        hasta su cierra en 1987, y posteriormente articuló sus actividades        periodísticas en forma free lance con el diseño gráfico.        Se desempeñó durante varios años como diseñador        gráfico para empresas de gran prestigio, como MetLife y la editorial        El Derecho. También adquirió gran experiencia en estrategias        de marketing. En 1999 fundó Ser Humano y Trabajo        con la visión de promover un cambio en los paradigmas gerenciales,        en línea con las nuevas tendencias del management, orientadas a lo        que él llama “una empresa con rostro humano”. 
 
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